En medio de sus recorridos mientras recoge firmas y tras la primera ronda de diálogos del Gobierno con el Clan del Golfo, el precandidato presidencial Mauricio Lizcano lanzó un mensaje directo: la paz no puede quedarse en anuncios nacionales mientras comerciantes y transportadores del Valle siguen atrapados en las redes de la extorsión y el microtráfico.
Lizcano, que adelanta la recolección de firmas con su movimiento Colombianismo, ha visitado municipios como Tuluá y Buenaventura, donde escuchó de primera mano a pequeños empresarios y transportadores que viven bajo presión diaria de bandas criminales. “Es un avance que se busque el diálogo, pero es un error pensar que lo que se firma en una mesa en Antioquia resuelve automáticamente la intimidación que vive un tendero en Cali. La paz debe sentirse en la calle, en la reducción real de la extorsión y el microtráfico, o será una paz incompleta”, dijo con firmeza.
El precandidato cuestionó que mientras se habla de paz en los grandes escenarios mediáticos, la realidad en los territorios muestra cifras preocupantes: según gremios locales, la extorsión a comerciantes en el Valle aumentó un 15% en el último año. En Buenaventura, el 45% de la actividad delictiva estaría ligada a bandas locales con nexos directos con estructuras nacionales como el Clan del Golfo y las disidencias. “¿De qué sirve anunciar acuerdos si la gente sigue pagando vacunas para trabajar tranquila? Esa no es paz, es silencio impuesto por el miedo”, advirtió Lizcano.
Durante su recorrido, algunos empresarios compartieron testimonios sobre cobros ilegales, amenazas y presiones que convierten en un lujo abrir un negocio en zonas del norte del Valle y el Pacífico. Lizcano aseguró que la política de seguridad debe desligarse de ideologías y centrarse en resultados verificables: “Un tendero o un transportador no quiere discursos, quiere que no lo extorsionen, que la fuerza pública esté presente y que las economías ilegales sean desmanteladas. Ese es el sentido común que Colombia necesita”.
El líder de Colombianismo insistió en que la llamada Paz Total no puede ignorar a las víctimas y que cualquier proceso de negociación debe contemplar un capítulo especial para regiones como Buenaventura y el norte del Valle, territorios donde confluyen los negocios ilícitos, el tráfico de drogas y las disputas de control armado. “La paz no se decreta, se construye en los territorios”, recalcó.
Para Lizcano, el dilema de los últimos años ha sido la polarización: gobiernos que oscilan entre la guerra total o la negociación sin condiciones. En ambos extremos, dice, los ciudadanos terminan desprotegidos. Su propuesta se basa en un equilibrio: fortalecer a la fuerza pública para que proteja efectivamente a la gente y, a la par, avanzar en diálogos que tengan resultados medibles en reducción de delitos locales.
La situación del Valle y del Pacífico, añadió, es el espejo de lo que ocurre en varias regiones del país: comunidades abandonadas por el Estado, víctimas obligadas a convivir con el miedo y líderes sociales expuestos a la violencia. “Mi solidaridad con las víctimas de la violencia en el Valle. Que los diálogos de paz se traduzcan en seguridad real para ustedes. ¡No más miedo en nuestros barrios! La paz sin justicia y sin control territorial es solo un espejismo”, puntualizó.
El mensaje de Lizcano llega en un momento en que el Gobierno nacional insiste en avanzar en pactos con las grandes estructuras criminales. Sin embargo, la percepción ciudadana, especialmente en el suroccidente del país, sigue marcada por la desconfianza y la frustración: las comunidades sienten que los anuncios no se traducen en cambios concretos en su día a día.
En Cali, Tuluá y Buenaventura, la voz del precandidato ha encontrado eco entre comerciantes y ciudadanos cansados de pagar con su bolsillo la fragilidad de la seguridad. Y en medio de las tensiones políticas alrededor de la Paz Total, su advertencia apunta a un punto neurálgico: sin justicia territorial, sin control real de las calles y sin protección efectiva, cualquier acuerdo corre el riesgo de quedarse en letra muerta.
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