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sábado, septiembre 13, 2025

El Grito del Centro: La Propuesta de Lizcano para Sacar a Colombia del «Secuestro» Político

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En un escenario político acostumbrado al estruendo de los extremos, ha surgido una voz que intenta abrirse paso no con un grito más fuerte, sino con un llamado al silencio de los fusiles verbales. El precandidato presidencial Mauricio Lizcano ha lanzado una audaz propuesta que, más que un plan de gobierno, es un diagnóstico y una rebelión contra el estado actual de la política colombiana. Su tesis es simple y contundente: Colombia está secuestrada por la polarización, y es hora de negociar su liberación. Este llamado a un gran acuerdo nacional busca arrebatar la agenda del debate público de las manos de las facciones que, según él, han mantenido al país como prisionero de sus narrativas irreconciliables, representadas por las figuras de Álvaro Uribe y Gustavo Petro.

La propuesta de Lizcano se fundamenta en una lectura del sentir ciudadano que muchos perciben pero pocos capitalizan políticamente: el agotamiento. Su afirmación de que “la gente está mamada del discurso polarizador y sin soluciones” resuena en un país donde el debate se ha trasladado a las trincheras de las redes sociales, un campo de batalla digital donde la razón es a menudo la primera víctima. Lizcano apunta directamente a una nueva forma de hacer política que se ha vuelto endémica, en la que el éxito se mide en la viralidad del ataque y no en la viabilidad de la propuesta. Critica a aquellos que “se nutren del odio de los likes, de la discusión, de la gritería de la prensa, de la payasada para no enfrentar lo importante que es resolver los problemas”. Con esto, no solo cuestiona a los políticos, sino a todo el ecosistema mediático y digital que premia el conflicto por encima del consenso, manteniendo a la ciudadanía atrapada en un ciclo de indignación perpetua que rara vez se traduce en soluciones concretas para su vida diaria.

El eje de su estrategia es definir un adversario que no es de izquierda ni de derecha, sino el sistema de polarización en sí mismo. Al declarar que “no podemos dejarnos imponer que el próximo presidente sea el que diga Uribe o el que diga Petro”, Lizcano intenta romper el marco mental que ha dominado las últimas elecciones, donde cualquier alternativa parecía obligada a alinearse con uno de los dos grandes polos. Se posiciona como la opción que busca trascender esa falsa dicotomía, apelando a un electorado que se siente huérfano de representación, que no se identifica con el mesianismo de ningún líder y que anhela una gestión enfocada en los problemas comunes: la seguridad, el empleo, la salud y la educación. Su propuesta es un desafío directo a la idea de que el país está obligado a elegir entre dos modelos antagónicos, sugiriendo que la verdadera elección es entre la división y la unidad.

Para que esta visión tenga éxito, Lizcano sabe que debe enfrentar uno de los mayores estigmas de la política colombiana reciente: la acusación de «tibieza». Históricamente, los extremos han descalificado cualquier postura moderada como una falta de convicción o de carácter. Lizcano se rebela contra esta caricatura, pidiendo que se abandone “la manipulación según la cual el que no piense como esos extremos es tibio”. Su discurso intenta resignificar el centro, no como un punto medio insípido, sino como una postura valiente y necesaria que se atreve a dialogar con todos los sectores sin entregar sus principios. Es una apuesta por presentar la moderación no como debilidad, sino como la fortaleza que se necesita para unir a un país fracturado.

La gran pregunta que flota sobre esta convocatoria es cómo materializar ese “gran acuerdo ciudadano”. La idea de sentar en una misma mesa a sectores con intereses históricamente opuestos es un ideal loable pero de una complejidad monumental. El verdadero reto para Lizcano y cualquier otro aspirante que enarbole la bandera de la unidad será traducir este poderoso diagnóstico en un conjunto de propuestas concretas y viables que generen confianza y demuestren que es posible gobernar más allá de las etiquetas ideológicas. Su llamado a la acción es claro y resuena con una metáfora potente: “El próximo presidente debe ser el que nos saque del secuestro en el que nos tienen los de izquierda y los de derecha”. La tarea pendiente es detallar el plan de rescate, uno que convenza a la mayoría de que la liberación es posible y de que vale la pena apostar por ella.

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